domingo, 12 de diciembre de 2010

Cartografías I

Y entonces el dedo índice se apoyó en la costa del mar del Norte
y (...) bordeaba playas y acantilados, penínsulas y caletas 
hasta una desembocadura; allí se internó en el continente,
siguiendo el trazo serpenteante de la línea azulada...
M.O. Al pie de la letra

¿Qué es la cartografía? En primer lugar: no más que una mera producción de símbolos, que empequeñece el mundo. Pero cuidado: con ello, también, hace mundo. Apresar el curso del Rhin, encauzar su devenir, obligarlo a seguirse a sí mismo, a respetarse; todas ellas pretensiones de la cartografía. Y sin embargo, la cartografía nace, en principio, del recorrido, de la navegación. Acariciar las costas con el índice, metáfora del navegante que las rotulara con su nave, las esbozara con tintas sapientes a mar...
¿Y qué quiere el cartógrafo del mar? ¿Acaso delinear sus curvas, vaciar sus vertientes, perder el vértigo a sus acantilados? ¿O tal vez osa frenar el mecerse de las mareas, abarcar la profundidad con sus manos...?
¿Y cómo cartografiar el desierto? ¿Cómo hacerlo ser en el mapa? El delinear del mapa no es fronterizo, sino limitador. Contra toda voluntad de cartógrafo, el desierto crece; se deja transportar por el viento, se deja escurrir con el agua... franqueando todo límite impuesto por la cartografía, el desierto se fuga. Y su huir delinea una ontología fugaz, que no necesita ya de cartas que la encaucen, sino que, por su desbordar constante, grafía para el olvido, erosionando toda imposición, corroyendo todo símbolo...
Aún antes que todo cartógrafo, lo desbordante mapea.