(en diálogo con mis pies)
Caminaba la otra noche, y doblé, llevada por mis pies tan solo, en una esquina en la que nunca doblo. Fue extraño, pero antes de pensar en qué calle estaba, antes de mirar siquiera a mi alrededor, mis pies se regocijaron con un pensamiento inexpresable. Mis ojos lo confirmaron: por aquí ya había estado. Ese, el mismo pasto motita, la misma ventana, la misma entrada imponente. Ya había estado, y sin embargo, hacía mucho tiempo, demasiado tiempo quizás, que mis pies no tomaban aquellos rumbos.
¿Eran mis propias huellas las que mis pies, en su recorrer, reconocían? ¿O era quizás la huella sin impresión, el rastro perdido del deseo, aquel que mis pies reencontraban al reencontrarse con ese suelo?
Por aquí ya estuve… un recuerdo, un regocijo…
[otra vez mariposas en el estómago]
¿No serán mis pies quienes guarden la memoria?
¿Y no es la memoria siempre un recorrido, un trayecto, una vuelta…?
Mis pies me llevan. Marcan el rumbo. Otra vez las mismas casas, otra vez el mismo trayecto. Allí con ellos. Otra vez.
Lo que pide otra vez
¿no es el deseo?
La geografía personal es solidaria de una ontología, pero en primer lugar lo es de una erótica. Una cartografía íntima nos mostraría una y otra vez los mismos recorridos, los mismos espacios, los mismos punctum: allí donde habitan nuestros amigos, algún recoveco en el parque donde leer un buen libro, las veredas gastadas de olvido de amores lejanos…
Mis pies marcan el rumbo. Y su pasar ligero y sin huella, marca el ritmo de la memoria.