domingo, 3 de octubre de 2010

Una erótica pedestre


(en diálogo con mis pies)

Caminaba la otra noche, y doblé, llevada por mis pies tan solo, en una esquina en la que nunca doblo. Fue extraño, pero antes de pensar en qué calle estaba, antes de mirar siquiera a mi alrededor, mis pies se regocijaron con un pensamiento inexpresable. Mis ojos lo confirmaron: por aquí ya había estado. Ese, el mismo pasto motita, la misma ventana, la misma entrada imponente. Ya había estado, y sin embargo, hacía mucho tiempo, demasiado tiempo quizás, que mis pies no tomaban aquellos rumbos.
¿Eran mis propias huellas las que mis pies, en su recorrer, reconocían? ¿O era quizás la huella sin impresión, el rastro perdido del deseo, aquel que mis pies reencontraban al reencontrarse con ese suelo? 

Por aquí ya estuve… un recuerdo, un regocijo…
       [otra vez mariposas en el estómago]

¿No serán mis pies quienes guarden la memoria?
¿Y no es la memoria siempre un recorrido, un trayecto, una vuelta…?

Mis pies me llevan. Marcan el rumbo. Otra vez las mismas casas, otra vez el mismo trayecto. Allí con ellos. Otra vez
Lo que pide otra vez 
¿no es el deseo?

La geografía personal es solidaria de una ontología, pero en primer lugar lo es de una erótica. Una cartografía íntima nos mostraría una y otra vez los mismos recorridos, los mismos espacios, los mismos punctum: allí donde habitan nuestros amigos, algún recoveco en el parque donde leer un buen libro, las veredas gastadas de olvido de amores lejanos… 

Mis pies marcan el rumbo. Y su pasar ligero y sin huella, marca el ritmo de la memoria.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Otra visión:

Caminando por un barrio, una noche.
"Me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad en voz alta: Esto es lo
mismo de hace treinta años... Conjeturé esa fecha: época reciente en otros países,
pero ya remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y
sentí por él un cariño chico, y de tamaño de pájaro; pero lo más seguro es que en
ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el también intemporal de los
grillos. El fácil pensamiento 'Estoy en mil ochocientos y tantos' dejó de ser unas
cuantas aproximativas palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me
sentí percibidor abstracto del mundo: indefinido temor imbuido de ciencia que es la
mejor claridad de la metafísica. No creí, no, haber remontado las presuntivas aguas
del Tiempo; más bien me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la
inconcebible palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación.
"La escribo, ahora, así: Esa pura representación de hechos homogéneos —noche en
serenidad, parecita límpida, olor provinciano de la madreselva, barro fundamental—
no es meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin
parecidos ni repeticiones, la misma. El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es
una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer
y otro de su aparente hoy, bastan para desintegrarlo."

J. L. Borges, Historia de la Eternidad


Quizás vos tuviste un poquito de esa eternidad la noche en que te guiaron tus pies, pero lo explicás de otra forma.
Muy lindo tu texto.

Dai Agesta dijo...

Me gustó mucho este texto de Borges,
y más interesante aún me pareció esta otra lectura que haces de mi texto.
Gracias!

A. dijo...

Los pies como provocadores de la memoria; gestadores del dolor de estomago (mariposas en la panza, je).

saludos! muy interesante el blog.